Escapemos juntos

Flower Crystals por KayVee.INC CC-BY-NC-SA

Flower Crystals por KayVee.INC CC-BY-NC-SA

No sé cómo he acabado aquí. Quizás una mezcla de acontecimientos o puede ser que todos mis problemas hayan acabado por pasarme factura, no lo sé. El hecho es que aquí y ahora, estoy prisionero en una celda de mala muerte, sin comer ni dormir durante al menos un día y medio. El interrogatorio aún no ha comenzado, ni siquiera esos tipos de traje oscuro que me detuvieron han dicho una sola palabra. ¿Es esto legal? Supongo que cualquier cosa puede pasar, al fin y al cabo, y esto me pone de muy mala hostia. De mala hostia y acojonado, todo sea dicho de paso. ¿Sabrá alguien que estoy aquí? No creo en Dios, pero ahora mismo rezaría a cualquiera de ellos porque me ayudara a salir y poder continuar con mi vida. Oigo pasos junto a la puerta, temo lo que pueda venir a continuación.

Cierro los ojos al instante, tratando de parecer dormido. Sólo los entreabro un momento porque mi curiosidad me puede. Hay alguien vestido completamente de negro al otro lado, y aunque no alcanzo a saber de quién se trata, doy por hecho que son ellos. El cansancio es tan abrumador que me pesan los párpados, y un calor muy agradable recorre mi cuerpo cuando pierdo la consciencia y me abandono al mundo de los sueños.

Estoy ahora muy lejos de donde creía estar hace unos segundos. La noche del desierto me da la bienvenida con una agradable brisa que dista mucho de ser el horrible frío que debiera estar padeciendo en estos momentos. Fijo mi atención en la increíblemente enorme luna azul que proyecta sus rayos sobre las dunas de arena. A pesar de saberme perdido, no puedo evitar sentirme en calma. La silueta oscura se acerca a mí. Da igual, este es mi mundo, aquí nada podrá hacerme daño. Unos cuantos pasos más y detiene su movimiento justo enfrente de mí. Permanecemos unos segundos en silencio, no tengo nada que decirle.

— He viajado durante mucho, mucho tiempo. -Cantó con dulce voz mi interlocutora envuelta en sombras-. Durante mis viajes, he visto una gran cantidad de lugares, de paisajes; algunos totalmente desolados, otros rebosantes de vida. Y aún así, creo que nunca he sentido una soledad tan abrumadora como la de este desierto.

La frase tenía poco sentido para mí. Lógicamente, se trataba de un sueño y esta era una de aquellas veces donde la mente divaga por conceptos que no puede llegar a aprenhender. Por eso todo resultaba tan extraño y, sin embargo, tan familiar. Donde ella encontraba soledad, yo sentía consuelo.

— ¿Eres una de ellos? ¿Qué quieres de mí?

— Yo también vengo de otro mundo. Recuerdo los fríos muros de piedra gris que se elevaban hasta el cielo, más allá de las nubes. El torrente de nubes que lamían la superficie de la atalaya como si de olas se tratase. Algunas veces permanecían en calma, otras veces rompían con furia y, sin embargo, se desvanecían como una caricia apenas recordada al tocar la roca. Más allá de este mar de nubes no había otra cosa en la atalaya que un jardín. No un jardín cualquiera, por supuesto.

Empecé a temblar. A pesar de mi seguridad, había algo que no me cuadraba. Ese mundo… lo había visto, lo había tocado y sentido. Pero no podía ser, de ninguna manera. ¿Cómo podía haberme alcanzado? ¿Había invadido mis sueños más íntimos desde el principio? Claro, a menos que…

— Ese jardín, -prosiguió ella-, cubierto de un espeso manto de hierba del más puro verde. O al menos lo sería, si no fuera por aquellas rosas de cristal del color del cielo; unas flores que pulsaban con una pálida luz azul, cubiertas de espinas que se extendían como una enfermedad por toda su superficie. Rosas muertas por dentro y congeladas en el tiempo. Por siempre bellas, por siempre huecas.

«Había, no obstante, una frágil rosa que aún conservaba el hálito de vida. Una flor de tallo verde, de pequeñas espinas, con sus pétalos carmesíes aún cerrados, temerosos de abrirse por si pudieran convertirse también en cristal por el simple hecho de florecer. La rosa temblaba de miedo, desprotegida y angustiada, rodeada de malas hierbas. Por fortuna, alguien la salvó. Una persona que empezó a arrancar los matojos y retirar el cristal que le impedía crecer. Con el tiempo, la rosa floreció y pudo empezar a hacerse lo suficientemente fuerte como para no verse amenazada nunca más.»

Me obligué a contestar, aunque el relato me había dejado sin aliento. — Esa rosa pudo haber sobrevivido por sí sola. Todo el mundo lo sabía, sólo tenía miedo de dar el primer paso y abrirse, pero no fue gracias a mí su fuerza. El poder, su belleza, provenía de ella misma; con el tiempo, lo hubiera entendido sin mi ayuda.

La figura negó con la cabeza y una sonrisa se dibujó en los finos labios apenas visibles tras la capucha.

— Tú no la salvaste, es verdad, pero calmaste el dolor lo justo como para que ella Despertara. Venía a devolverte el favor.

Desperté empapado en sudor, como si despertara de una pesadilla. Sólo habían pasado unos minutos y aún así sentía el cuerpo dolorido y débil. Miré a la puerta cuando crujió y se entreabría. La figura encapuchada estaba esperándome del otro lado. Los músculos gimieron por el esfuerzo de ponerme en pie, y a pesar de ello pude traspasar el umbral que, estaba convencido, sería el primer paso para salir de la prisión. Abracé a la pequeña figura sin ceremonias.

— Ahora tú también has Despertado, como yo hace un tiempo. Tendremos que escapar de aquí… lo cual no será fácil, y la cosa no termina aquí. Más allá de este lugar se abrirá un mundo nuevo para ti, hermoso y aterrador a un tiempo. ¿Estás listo?

Me despedí de aquellos momentos que dejaba atrás, consciente de que el cambio ya estaba sucediendo. Mis viejas costumbres, mi viejo mundo. Adiós a todo, ahora estoy preparado para ver lo que hay más allá. Me froté los ojos empañados y la contemplé, su mano apretó la mía para darme ánimos.

— Escapémonos juntos. Ya nada me retiene aquí.


 

Felicidades. Tú ya sabes para quién va dirigido esto.

Un saludo y un abrazo.

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